12 de Diciembre

Ntra. Sra. de Guadalupe. Altar de la Hispanidad.
Basílica de la Macarena. Sevilla. Foto: Rafael Márquez

La Virgen de Guadalupe se apareció al indio Juan Diego el sábado 9 de diciembre de 1531 en las faldas del cerro del Tepeyac, situado a las afueras de la ciudad de México, para anunciarle que deseaba que en ese lugar se construyera un templo en su honor, para en él mostrar su amor, su compasión, su auxilio y su defensa a los hombres, y le pidió que hiciera llegar su mensaje al obispo de México, Juan de Zumárraga.  Juan Diego cumplió con el encargo de la Virgen, pero el obispo no le creyó.

Aquella misma tarde Juan Diego volvió a pasar por el Tepeyac, le contó a la Virgen lo sucedido y le pidió que enviara a otro mensajero, pero Ella insistió en  que Juan Diego lo intentara de nuevo al día siguiente. Siguiendo las instrucciones de la Virgen, Juan Diego volvió a presentarse ante el obispo, quien entonces le pidió alguna señal que demostrara que lo que decía era verdad. Ese mismo día por la tarde, Juan Diego tuvo su tercer encuentro con la Virgen. 

Al hacerle saber la petición del obispo, la Virgen le pidió que volviera a encontrarla al día siguiente, y que entonces le daría la señal que pedía el obispo.

Pero al día siguiente - lunes 11 - el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, enfermó gravemente a causa de la peste, y esto impidió a Juan Diego presentarse ante la Virgen.  Esa misma noche empeoró el estado de Juan Bernardino, por lo que Juan Diego tuvo que ir a la ciudad de México en busca de un sacerdote.

    Patrona de México y de América Latina

Transcurrían las primeras horas del 12 de diciembre cuando, en su camino a la ciudad,  Juan Diego pasó a la altura del Tepeyac.  Avergonzado por no haber cumplido le promesa que le había hecho a la Virgen, decidió rodear el cerro para evitar un nuevo encuentro.  Sin embargo, la Virgen se apareció a Juan Diego en el llano que se extiende junto al cerro.  Le dijo a Juan Diego que no debía temer más por la salud de su tío y le pidió que subiera a la cumbre del Tepeyac, en donde encontraría unas rosas de Castilla - que no florecían en el cerro -  las que serían la señal que debía entregar al obispo.

Virgen de Guadalupe. Iglesia de Ntra. Sra. de la O. Sevilla
Foto: Rafael Márquez

Mientras Juan Diego se dirigía a casa del obispo, la Virgen se apareció ante el moribundo Juan Bernardino y lo sanó.  Le explicó el encargo que había dado a Juan Diego, y le pidió que hablara al obispo de su  enfermedad y la forma como había sido curado por Ella.

Hacia el mediodía de aquel 12 de diciembre Juan Diego le dijo al obispo que le había traído la señal que le había pedido.  Entonces desenvolvió su ayate y las rosas de Castilla cayeron al suelo, y en la manta apareció la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ese mismo ayate es el que se venera en la basílica de Guadalupe. Sus dos piezas están unidas verticalmente al centro por una tosca costura; lo menos adecuado y elegible humanamente para pintar una efigie de tan benigna y encantadora suavidad, que  por cierto mal puede apreciarse en las múltiples copias que corren por el mundo. Lo mejor es, modernamente, la directa fotografía a colores. Técnicos en esta y otras novísimas especialidades afines han estudiado con asombro, en nuestros días, la pintura original, como antaño la estudiaron el célebre Miguel Cabrera o el cauteloso investigador Bartolache.

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